El lema de ser «ser tu propio jefe» suena muy atractivo en la teoría pero no lo es tanto en la práctica. Entre los muchos motivos que pueden llevar a un autónomo a tomar la decisión de cerrar su negocio, se encuentran factores personales como los descritos a continuación.
Cambio de expectativas
El seguimiento de un negocio es tan exigente que el emprendedor dedica gran parte de su tiempo y de su vida al cuidado de esta idea y su seguimiento. Tiene incluso dificultades para desconectar durante las vacaciones. Puede llegar una edad en la que aquello que antes era un aliciente, se convierte en motivo de disgusto personal.
Agotamiento
Mucho trabajo, muchas decisiones, altas dosis de incertidumbre, obstáculos inesperados que deben salvarse, dificultades económicas… Un negocio da muchas satisfacciones (algunos no llegan al punto de estabilidad necesaria), sin embargo, el balance de trabajo e implicación puede ser tan alto, que el agotamiento lleve a la persona a plantearse un cambio en su estilo de vida.
Y esto pasa, de manera inevitable, por implantar algún tipo de cambio en el negocio. Cerrar no es la única opción. De hecho, conviene valorar antes otras opciones.
No hay relevo generacional
La historia de algunos negocios está íntimamente ligada a la de la familia protagonista. Un emprendimiento vocacional que ha pasado de generación en generación hasta el momento en el que ya no existe continuidad real. En ese caso, muchos negocios se despiden para siempre del público.
Tantos gastos y tan pocos ingresos
La lucha por llegar a final de mes puede ser agotadora para aquellos emprendedores que observan la falta de equilibrio entre el nivel de gastos y los ingresos del negocio. Cuando esta situación se prolonga en el tiempo, llega un momento en el que el emprendedor considera que la decisión más acertada es el cierre antes de acumular pérdidas.