En el mundo de la empresa existe una alta competitividad desde diferentes puntos de vista. Por una parte, los trabajadores de una empresa, a veces, sienten que son competencia entre sí. De este modo, se establecen comparaciones. Pero también, existe competencia a nivel de desempleo en tanto que son muchas las personas que optan a un puesto de trabajo.
Para finalizar, la competitividad también es una realidad que afecta a la empresa como entidad. Y es que, en el mercado existen otras muchas empresas que ofrecen servicios similares y productos semejantes. Por tanto, en medio de esta alta competencia, también existen puntos muy positivos. En primer lugar, el cliente tiene la capacidad de elegir entre variedad de opciones, por tanto, crece su libertad como consumidor. Pero además, la empresa también se esfuerza mucho más, es más creativa y constante a raíz de asumir que no está sola.
La competitividad es sana siempre que está basada en los valores de la honestidad. Es decir, a veces, muchas personas se equivocan al creer que el éxito lo justifica todo (el fin no justifica los medios desde un punto de vista ético). Mientras que muchas empresas centran la competencia únicamente en un factor externo, la realidad es que el proceso de crecimiento y de aprendizaje debe medirse en base al propio proyecto. Así es posible analizar una evolución a lo largo del tiempo.
La competencia es muy buena, por ello, en vez de vivirla como una amenaza se debe tomar como un reto y una oportunidad para la superación personal y el crecimiento. La competencia siempre es difícil, pero todavía resulta más compleja en un momento de crisis económica. Aquellos negocios que no superan la dura prueba de la competitividad tarde o temprano cierran sus puertas al público porque una empresa necesita clientes para poder tener un sentido.