El estrés no es negativo en sí mismo, de hecho, también resulta un estímulo para trabajar y lograr metas. En este sentido, existe una fase positiva del estrés que tiene unos síntomas concretos. ¿Cuáles son?
En primer lugar, mejora la concentración. Esta habilidad la han desarrollado muchos estudiantes de universidad que preparan los exámenes con poco tiempo, y a pesar de ello, en el último momento tienen la capacidad de memorizar muchos datos. La presión de la inminente prueba hace que el estudiante se esfuerce mucho más. Por otra parte, la persona tiene una gran fuerza y vitalidad.
Cuando te enfrentas a un estímulo positivo, más allá del estrés, también tienes alegría, fuerza y ganas. Por ejemplo, cualquier trabajador que se incorpora nuevo a una empresa tiene nervios, sin embargo, la ilusión es mayor que cualquier obstáculo. Del mismo modo, ante un estrés de este tipo también se tiene pensamiento positivo. El trabajador desarrolla la capacidad de tener fe en si mismo, se siente capaz y confiado en su destino.
En muchos casos, bajo la presión de una meta cercana, la precisión de los actos es mucho más fuerte. Es decir, en ocasiones así, el trabajador aprovecha mucho más el tiempo y es capaz de hacer muchas más cosas en un corto espacio de tiempo. Es decir, responde de una forma positiva ante los imprevistos, se adapta a los cambios con rapidez y con mucha agilidad.
Por el contrario, existen unos síntomas de la fase negativa del estrés que se oponen a estos elementos. Es decir, el trabajador tiene dificultades para centrar su atención en aquello que está haciendo, se enfada con facilidad, tiene pensamientos negativos y no puede reaccionar bien ante los imprevistos. En esencia, en la rutina diaria, existen momentos en los que el estrés juega a tu favor, y otros, en los que se vuelve tu principal enemigos.